Esta es la casa más pequeña, la más portátil, la más ligera. Porque se construye para caber en un bolsillo, para enviarse por correo, para compartir. ¿Qué si hay correspondencia? No necesariamente. Es un espacio hecho con palabras donde cabe toda la ilusión. Incluso es la casa más ingenua, y por eso la que más se sufre.

Es este tipo de casa incerto lo que tiene que ver con el amor. Sí, el amor romántico, el amor propio, y el amor a otros. Esto lo hago por mi afición a escribir cartas, y también por aquella temporada del 2017 en la que escribí unas 20 cartas a mi “Lector” hombre ideal que me inventé (cual Darcy, de orgullo y prejuicio) para registrar mi proceso creativo.

Pero en esa escritura enamoradiza del 2017, encontré que las cartas me sirven para refugiar los pensamientos que no puedo decir. Comienzo a entender el espacio de la carta como una construcción en la cuál es posible estar, habitar las palabras.

Es ingenuo, a veces, pensar en una respuesta. Sobre todo cuando de una carta de amor se trata. De esto escribieron muy acertadamente Ronald Barthes (fragmentos de un discurso amoroso) y Fernando Pessoa, en “Todas las cartas de amor son ridículas”.
El texto es necesario a la carta. Lyotard habla sobre estética y pretexto en un texto que se llama “Prescripción”. Cuando leí ese ensayo solo podía pensar en la Ley, que es escrita, la culpa, que nos es dada, y lo astuto de Poncio Pilato al lavarse las manos.

Pero no quiero interpretar el texto desde un lugar para culparme, ni a otros.

Hablo del texto como la palabra escrita que construye espacios mentales. Es una materia que podemos usar, para esconder o revelar.

En mi caso, el texto está intrínsecamente relacionado con la palabra, con hablar en silencio. Lo uso como una forma de decir lo que he sentido me dicen que no puedo decir por ser inapropiado, o por molestar a otros, o por ser una “señorita”.

Me refiero a cosas como: “hablar de amor” “hablar del cuerpo” “decir por qué estoy molesta”.

El formato de las cartas me permiten dirigir el pensamiento a alguien en específico, dándome la ilusión de interlocutor. Aunque estoy siendo injusta, porque si usted ha llegado hasta aquí significa que sí hay interlocutor y diálogo posible.